Veinte meses sin salir de unas fronteras que yo me impuse por la confianza en el amor en una mujer y mi posterior frustración aderezada por el abandono de una parte de mi ser.
Nervioso e incrédulo al sacar el billete y acomodarme en el vagón, liberado cuando el tren acometió su marcha hacia Madrid. Una hermoza ciudad que en un sólo fin de semana me devolvió a la cordura y a la paz.
Lugares mágicos para mí. Mezcla de gentes, expresivos rostros que destilan vida y sentimientos dispares tras los que hay historias para cubrir mucho papel con mis palabras. Viejas calles y luces nuevas. Metro y coches. Yo con el privilegio de no tener prisa por vivir, tan sólo muchas ganas ...
Y la soleada mañana del domingo, acompañado por más de siete mil desconocidos, unir mi voz a la suya para animar y disfrutar de unos gladiadores que en la cancha nos llevan del error más humano a la trabajada coreografía de bloqueos, mates, imposibles saltos, cruces, choque de cuerpos, rostros cansados pero no rendidos. Diseñadas estrategias que se transforman en cuestión de segundos en otras inventadas atropelladamente por el ingenio de grandes deportistas. Acaba el partido entre aplausos y vítores al vencedor y al digno vencido.
Regreso al tren y a mi vida normal, no triste sino esperanzado. Aliviado, libre de mis ataduras y con una olvidada sonrisa en mi rostro.